Por Ian Gibson. El Pais (Andalucía)11 de Junio de 2002.
Jueves 16 de junio de 1904. Dublín.James Joyce sale por primera vez con Norah Barnacle, que será lamujer de su vida. Momento épico que el escritor inmortaliza en Ulisesal disponer que toda la acción de la novela se desenvuelva en dichafecha, desde la salida a la calle de Leopoldo Bloom, en busca de suculentodesayuno, hasta su vuelta a casa -a Ítaca- pasada la medianoche:dieciocho horas en la vida de un nada heroico hombre contemporáneo.Bloomsday, el Día de Bloom, cae este año en domingo, lo cualpermitirá a los que amamos a Joyce -y somos muchos- a celebrar este16 de junio de manera especialmente distendida.
Como se sabe, Joyce nunca pusolos pies aquí. Pese a ello hay constantes alusiones a Españaen Ulises, lo cual no sea tal vez sorprendente dados los vínculoshistóricos que han unido a ambos países. Otra razónmás personal es que Norah Barnacle procedía de Galway, puertodel oeste de Irlanda que siempre tuvo una relación muy estrechacon Andalucía, basada sobre todo en el comercio del vino.
Fue idea genial de Joyce hacerque Molly Bloom, trasunto de Norah, naciera en Gibraltar (en 1870), hijailegítima de un militar británico y de una españolade vida alegre, con sangre judía, llamada Lunita Laredo. Ello leabría muchas posibilidades temáticas. Molly, al tener queabandonar, ya adolescente, la Roca y mudarse a Dublín, no olvidael idioma español, ni sus orígenes. ‘Mi mujer es, por decirloasí, española -se jacta Bloom-. Mejor dicho, a medias. Dehecho podría reclamar la nacionalidad española si quisiera,habiendo nacido (técnicamente) en España, esto es, en Gibraltar.Tiene tipo español. Más bien oscura, una auténticamorena, pelo negro’.
La cama matrimonial de los Bloomprocede del Peñón, es antigua y tiene varios adornos andaluces.Casi adquiere rango de personaje de la novela, y es en ella donde, en elúltimo episodio de la misma, se desarrolla la genial secuencia delsueño/monólogo interior por el cual Joyce nos mete en laintimidad más íntima de Molly.
Sevilla tiene el lujo de contarcon el máximo experto español en Joyce, Francisco GarcíaTortosa, cuya traducción de Ulises (con María Luisa Venegas),editada por Cátedra, es prodigiosa. A quien todavía no sehaya aventurado por esta novela a menudo muy compleja, y que tiene ganasde dar el salto, le recomiendo que consiga la traducción mencionaday que empiece por dicho último episodio -no creo que sea un sacrilegio-,es decir por el sueño de Molly, tan freudiano y tan atrevido. Estascincuenta páginas se leen de un tirón y en ellas aflora contenaz insistencia el recuerdo de España, siempre teñido denostalgia: las luces de Gibraltar vistas desde Algeciras, al otro ladode la bahía; una receta para pisto madrileño; canciones entoncesde moda; una corrida en La Línea; el súbito bordónde una guitarra; el viento helado que llega silbando desde las cumbresde Sierra Nevada; la luna sobre el mar cuando vuelven en barco desde Tarifa…;y, cómo no, aquel coito iniciático, efectuado con un joveny enérgico andaluz junto a una muralla árabe y al que siguenel ‘Sí’ y el punto final más elocuentes de toda la literaturamundial.