Conocí a Paco, o, a Tortosa, como me referí a él durante muchos años hace ya más de dos décadas, cuando me presenté en Salamanca con 28 ó 29 años, recién casada, iniciando mi doctorado y más miedo que vergüenza. La verdad es que, como todos los que me conocen medianamente aseguran, soy una inconsciente y me fui sola con un puñado de folios a dar una charla en un grupo consagrado a la investigación sobre la figura de Joyce, universo en el que yo estaba empezando a dar mis primeros pasitos.
Como acabo de contaros, llegué a los Encuentros de Joyce sola y con mi ponencia, la primera, podéis imaginaros el miedo y la curiosidad ante lo que me encontraría y cómo se me recibiría en aquel mundo tan académico, del que yo la verdad nunca me he sentido parte, si bien, y como mucho, invitada.
Para mi sorpresa, fui recibida con los brazos abiertos por muchos de los que hoy, aunque no hablemos todos los días, cuento entre mis amigos, Rafael, Margarita, Ricardo, Marisol…no voy a dar más nombres porque seguro que se me olvida alguno y quedo fatal, cosa normal en mí también. Estábamos en un círculo hablando y haciendo las presentaciones pertinentes cuando, de repente, se abrió un hueco en el círculo y se acercó un señor menudo, de ojos muy claros y mirada inquisitoria, que me preguntó quién era y de dónde, “VASCA”, exclamó, y pensé, ¡ay dios!, creo que no le gusta la idea. A continuación, me preguntó por el nombre de la directora de mi tesis, y una vez escuchado, me dijo, no sin cierto desprecio, “no la conozco”, así que me dije, pues hasta aquí hemos llegado, hasta que logré despertar su interés al pronunciar el nombre de Fritz Senn que me había ofrecido una estancia de investigación en Zurich, su cara cambió, y me sonrió, “mi gran amigo Fritz” fueron sus palabras, y desde ese día me convertí en “la vasca”. No recuerdo el número de veces que me dijo eso de “pero qué vasca eres”, nunca supe cómo tomármelo, porque también es cierto que soy muy vasca, hasta tal punto, que, una vez, hasta le llevé la contraria en público por reñir a unas pobres niñas por su acento, algo que jamás me tuvo en cuenta he de decir en su defensa.
Resumiendo, tuve el honor de conocer a un Paco cercano con el que hablé de la enfermedad y la muerte con relación a de la de mi padre, un mentor académico, miembro del tribunal de mi tesis, un señor académico altivo, cuya ira podías despertar de la manera más sencilla, un niño malcriado al que había que prestar continua atención para que no se enfadara, todavía recuerdo cuando salió la traducción del Ulysses a vascuence (como lo llamaba él) y me dijo que estaba mal…en otras palabras, conocí a una gran persona y mayor académico, que como todos nosotros, tenía claros y oscuros, pero con un gran fondo y que siempre me trató como a una princesa, vasca, eso sí.
Paco, te echaré de menos y el mundo académico también
Goian Bego!
Olga
Deja un comentario