Por Antonio Rivero Taravillo. Mercurio, Panoramade Libros, Andalucía (Número 28, Junio, 2001, pp. 14-15)
Son tantas las cosas que compartenSevilla y Dublín que enumerarlas todas requeriría, por lomenos, la extensión de uno de los capítulos más largosde Ulises. Por citar algunas, de momento, y ya que ha salido elhéroe griego a la palestra, podemos afirmar que éste, o almenos su nombre retomado por James Joyce, tiene en el Dublín dehoy la importancia que el romano Hércules tuvo un día enHispalis, donde quedan sus ciclópeas columnas (la de Nelson en Dublín,al pie del O’Connell Bridge, fue volada por los republicanos hace algunasdécadas como respuesta al invasor inglés, que aúnsienta sus reales junto a esas otras columnas de Hércules del estrechode Gibraltar, de donde, sí era, sí, Molly Bloom, sí).¿Quien puede negar que el lugar donde estas columnas sevillanasse alzan, la Alameda, seria la nighttown de Joyce, lugar de malvivir y mancebías?
El puente de OConnell (transmutado en calleO’Donnell, por San Pablo y Reyes Católicos) nos lleva a Triana,que es en su mismo nombre un legado céltico a través de lossiglos (la etimología Tri Abbanrí, “Tres ríos”,que define la geografia primitiva de este barrio extramuros). El Guadalquivir,cómo no, es el Liffey, partiendo en dos la ciudad. Por las mismasfechas de la famosa expedición vikínga que remontónuestro río, cuando los habitantes de entonces se retiraron al Aljarafey los escandinavos estuvieron de parranda tres días borrachos antesde irse con su música bárbara a otra parte, los hombres delnorte fundaron, para quedarse, la ciudad de Dublín. Como Triana,la capital de Irlanda también conserva su nombre acuáticoy céltico: Dubh linn (“Laguna negra”).
Y aún antes de árabes huidizosy empujadores vikingos, los celtas de Irlanda alumbraron su Alta Edad Mediacon el faro de las Etimologías del visigodo Isidoro de Sevilla;cumbre de la sabiduria de la época, un manuscrito de ellas, tanapreciadas eran, fue canjeado por otro, perdido, de la epopeya nacionalTáinBó Cuailnge. Hoy resulta difícil exagerar la importanciaque el santo hispalense tuvo para la transmisión del saber antiguo,pero no es posible abrir un libro sobre la literatura y la historia irlandesasentre los siglos VII y XI sin que salga a bendecirnos su nombre. La iconografialo pinta de guisa apenas distinguible de la de San Patricio.
Sevilla está presente en el callejerodublinés: Sevilla Place, al norte del Liffey, de donde toman sutitulo las memorias de infancia y juventud de Peter Sheridan (hermano deNiall, el cineasta): 44, Sevilla Place, recientemente publicada.Y Dublín. o al menos el Dublin de Joyce, no ha dejado desde haceveinte años de estar presente en la vida cultural de nuestra ciudad.El catedrático Garcia Tortosa ha transmitido su entusiasmo a sucesivaspromociones de estudiantes, que han producido un puñado de tesisdoctorales y algunos libros publicados por la Universidad de Sevilla(y no sólo sobre Ulises; también sobre FinegansWake). El último homenaje de Tortosa a Joyce, tras dar a laimprenta una recreación del capitulo de Finnegans “Anna LiviaPlurabelle”, ha sido la nueva traducción de la gran obra ambientadaen un día de junio de 1904. Al destino, caprichoso urdidor de enredos,le gustan los paralelismos y los ecos: como el libro publicado en 1922,la edición de Tortosa también ha sido, nada más salir,un tiempo secuestrada por el celo perseguidor de la justicia (en este casoinstigada por un quisquilloso sobrino nieto de Joyce).
En su traducción, Tortosacontócon la ayuda de María Luisa Venegas. Otra paisana nuestra,María Luisa Conde, le ha enmendado la plana nada más y nadamenos que a Dámaso Alonso y su traducción del Retratodel artista adolescente (que al menos, como titulo, suena bien, muybien, porque es un perfecto endecasílabo). Alonso, como se recordará,fue autor en nuestra posguerra de un libro tan irlandés como Hijosde la IRA.
García Tortosa organizó haceaños un Congreso Internacional sobre Joyce aquí en Sevilla,al que asistieron especialistas de todo el mundo y traductores de Ulisesno sólo al japonés o al coreano, sino también, bajola forma de exégetas, al inglés, profesores que se aplicana la ímproba tarea de hacer que sea entendido fuera de su ciudad.No en vano Flann OBrien escribió: “Sólo un paddyde Dublin podría alcanzar más de un diez por ciento de susignificado”.
¿Más coincidencias? El cante jondo no está muy lejos del sean nós gaélico,esa música tradicional y primitiva que brota de torturados hontanares,y las tabernas de allí no quedan lejos de la de estos pagos, aunqueallí se liquidara el alcohol en peniques y aquí en pesetas(pronto, dos arqueologías numismáticas). El grupo demúsica más intrínseca y tautológicamente dublinés, The Dubliners, dista tanto de la verdadera músicatradicional irlandesa, para puristas, como los Cantores de Híspalisdel flamenco. Uno de los vocalistas del grupo, Ronnie Drew, fue profesorde inglés en Sevilla hace ya muchos, muchos años, yun músico de prestigio internacional como Bill Whelan, creador delespectáculoRiverdance, compuso en 1992 la Seville Suite,cuando la Expo trajo a la ciudad gaiteros y violinistas y fue por un día,más que Boston o Nueva York, capital de la música irlandesafuera de la isla.
En cuanto a sus carreras de caballos, eseespectáculo inenarrable, nacen del mismo amor que aquí seprofesa a los nobles brutos en ferias y romerlas; y la tauromaquia nuestrano es más que la fosilización de unas tradiciones en lasque el culto al toro era común no sólo a los pueblos mediterráneos:la ya mentada Táin tiene su origen en la disputa por unos toros,no sé si de ojos verdes como en un sueño de Fernando Villalón.Dicho de forma simple, el héroe Cú Chulainn muere en realidadpor un roce entre ganaderos.
Luego está la conexión circularentre Joyce, el tuerto; y Cervantes, el manco, los dos grandes maestrosde la novela (creador uno, destructor el otro) y padres de notorios antihéroes.Se ha dicho que Cervantes estudió con los jesuitas en Sevilla (Joycelo hizo en el también jesuita internado de Clongowes), y aquíostentó un cargo relacionado con la intendencia de la Armada Invencible,que, naufraga frente a las costas de Irlanda, tan indeleble huella ha dejadoen el imaginario hibérnico. Cervantes (hay quien dice que judío,como Bloom) salió de Sevilla en 1604 con la primera parte del Quijoteterminada. Exactamente, trescientos años antes del día enque sucede Ulises.
Las grandes plumas de Dublínsiempre han emigrado lejos, huyendo de la parálisis cerebral delpaís, diagnosticada por Joyce, y no algo diferente hicieron aquímuchos de los mejores: Blanco White, Cernuda… Algunos de los escritoressevillanos actuales (Eduardo Jordá, Julio M. de la Rosa, EmilioDurán, por citar sólo a algunos) se reunieron el pasado añosobre la azotea de la Casa de la Provincia, al final de una empinada escalera,como si de una Torre Martello se tratara, para celebrar la gran fiestade Ulises. Introibo ad altare Dei, como empieza la gran obrade Joyce, dicho al píe de esa otra torre catedralicia, la Giralda,parecía muy procedente y simbólico. A un trecho de piedraquedaba la Judería, un barrio en el que no se sentirían extrañoslos genes del señor Bloom y, justo al pie de la azotea, un conventode clausura de no recuerdo qué congregación (las Irlandesasquedan más lejos, allá por Bamí y Castíllejade la Cuesta). Javier Salvago, que es de Paradas, y no de Skerries o Dalkey,cerró el acto leyendo su largo poema “Ulises”, que habla de un hombreque regresa a su cas a tras una agotadora jornada. ¿Les suena?