- Stephen camina por la playa mientras que la marea se acerca.
- Cinco, seis: el Nacheinander. Exactamente: y esa es la ineluctable modalidad de lo audible. Abre los ojos. Mientras que pasea con los ojos cerrados contandolas gaviotas que pasan.
- Stephen se pregunta si va andando hacia la eternidad por la playa de Sandymount. Se escuchan unos ruidos producidos por el mar que Maese Deasy conoce bien.
- Stephen se decide a cerrar los ojos aunque al cerrarlos se haya desvanecido todo, y se encuentre para siempre todo negro, quiere comprobar si puede ver. Cuando lo hace, descubre que ha estado todo el tiempo ahí, aunque haya sido sin él, y siempre lo estará.
- Stephen dice que el también estuvo en las entrañas del pecado, el no fue engendrado sino concebido. Descendiente de un hombre y una mujer que se juntaron y cumplieron la voluntad del apareador.
- Stephen abrió los ojos para oír cómo las botas estrujaban la recrujiente ova y las conchas. Estaba andando tranquilamente sobre eso. Daba una zancada cada vez. Un espacio muy corto de tiempo a través de tiempos muy cortos de espacio.
- Stephen establece el límite de lo diáfano y lo adiáfano: si puedes meter los cinco dedos en una cancela, si no una puerta. Cierra los ojos y ve.
- Este viento es más frio. El tío Richie le dice a Stephen que la desolación está en su casa, en la de Stephen y en la de todos. Stephen le contó a los hijos de papá de Clongowes que tenía un tío juez y un tío general ene el ejército. El tío le pide a Stephen que se aparte de ellos, pues la belleza no está ahí.
- El primo le dice a Stephen que nunca será un santo, si su piedad es cuestionable y sólo le pedía a la virgen porque no se le pusiese la nariz roja.
- Le pregunta si recuerda sus epifanías en verdes hojas ovalares, profundamente profundas, copias que habían de ser enviadas si murieras a todas las grandes bibliotecas del mundo, incluyendo la de Alejandría. Y alguien las leería allí pasados los años, un mahamanvantara.
- El francés anda orgullosamente, Stephen le pregunta a quien esta imitando andando así. Lo olvido: un desposeído. Con el dinero de la madre, ocho chelines, ordena que la puerta batiente de la estafeta de correos con la que el ordenanza te dé en las narices.
- Sí, el lubricán se encontrará a sí mismo en mí, sin mí. Todos los días alcanzaron su fin. Por cierto el próximo cuándo es el miércoles será el día más largo.
- Stephenno volvió la cara sobre un hombro. Vio como se movían las altas vegas de una golotea en el aire, con las velas recogidas en las crucetas, de arribada, contracorriente, y como un barco se movía silenciosamente.
- El primo le dice a Stephen que éste le rezaba al diablo en SerpentineVenue para que la viuda rechoncha de enfrente se remangara las faldas aún más por la calle mojada. Le aconseja queno venda su alma por eso.
- Stephen le recrimina a su primo que se inclinaba ante él delante del espejo, dando un paso al frente para recibir los plausos formalmente, cara insólita. Y le grita: ¡Viva, maldito idiota! ¡Viva!
- La arena granulosa había desaparecido bajo los pies de Stephen. Sus botas pisaban de nuevo un húmedo recrujiente sámago, conchas de navajas, guijarros rechinantes, que rompe contra los innúmeros guijarros, madera tamizada por la taraza, Armada perdida.
- Madre muriendo vuelve a la torre padre. La tía piensa que Stephen mató a su madre. Por eso no deja en paz al francés.
- Los pies de Stephen marcharon a un repentino ritmo orgulloso por los surcos de arena, a lo largo de los cantizales del muro sur.
- Se había acercado a la orilla del mar y la arena mojada le azotaba las botas. El aire fresco le daba la bienvenida, pulsando cuerdas salvajes, viento de aire salvaje de semillas de claridad.
- Está cayendo la noche. A Stephen le espera la bóveda de la torre, con sus sillas ladeadas, su maleta obelisco junto a una mesa de platos abandonados, ¿quién al quita? Él no tiene la llave y no piensa dormir allí esa noche.
- Stephen ve como la pleamar le sigue, la ve subir desde la torre.
- En la playa estaba el cadáver hinchado de un perro que yacía recostado en el fuco. Ante él la regala de una barca hundida en la arena.
- Un perro fue tomando forma a lo lejos corriendo a todo lo ancho de la arena. Stephen duda si le va a atacar. Pero se tranquiliza, respeta su libertad, y piensa que no será el dueño de otro ni tampoco su esclavo. Tiene el palo.
- Stephen llevaba la sangre de la ballenas que habían sido descuartizadas por los habitantes al quedarse varadas en la playa. Él anduvo entre ellos en el helado Liffey, entre las fogatas de resina chispeantes. Habló con todos.
- El ladrido del perro de su corazóncorrió hacia Stephen, se paró, corrió de vuelta. Stephen se quedo de pie, pálido, en silencio, acosado por los ladridos. Trribiliameditans.
- ¿Ves la marea subiendo ligera por todas partes, tapizando las arenas bajas ligeramente, colorcortezacacao? Si tuviera tierra bajo mis pies.
- Stephen ve en la playa un hombre y una mujer, que apuesta que tiene la falda remangada.
- El perro de la pareja amblaba por un banco de arena que se achicaba, trotando, husmeando por todas partes. Buscando algo perdido en una vida anterior.
- El perro se detuvo con las patas delanteras tiesas en la blonda del agua, y las orejas apuntando al mar. El hocico alzado ladraba al ruido del mar, bandadas de morsas marinas. No serpenteaban sus patas, rizándose, desenredando muchas crestas.
- El perro se paró, husmeó, zangoloteó alrededor, olfateando más cerca, dio una vuelta alrededor, olisqueando rápidamente toda la pelleja del perro muerto.
- Trotó hacia delante y, levantando de nuevo la parte trasera, orinó breve y rápido contra una roca no olida. Los sencillos placeres del pobre.
- Stephen recuerda el sueño que le despertó anoche: vestíbulo abierto. Calle de rameras. Hanin al-Raschid. Barrúntolo. Ese hombre me llevó, habló. Yo no tenía miedo.
- Describe a la mujer de su sueño: sus pies desnudos estaban cubiertos por la arena suelta y cascajo de conchas. Por la cara ventoagrietada le caía el cabello.
- Stephen sigue recordando su sueño: echa una ojeada de soslayo a su sombrero de Chaplin. Y si pregunta si estuviera repentinamente desnudo allí como está sentado.
- Él viene, pálido vampiro, a través de los ojos de la tormenta, sus velas de murciélago ensangrentado el mar, y besa en los labios a la mujer de su sueño.
- La luz de la mujer del sueño caía sobre las rocas mientras se inclinaba, acabando el beso. Stephen se preguntaba por qué no podía ser inacabable hasta la estrella más lejana, que siempre están ahí, brillando en la claridad, delta de Casiopea.
- Stephen se pregunta quien le observa, quien leerá alguna vez en algún lugar las palabras que escribe, que no son más que signos en un campo blanco. En ningún lugar para alguien con voz más aflautada.
- Stephen piensa que quizás encuentren sus palabras oscuras. Pero cree que la oscuridad está en nuestras almas.
- La mujer del sueño no confía en Stephen, su mano delicada, los ojos pestañosos. Y se pregunta que a donde la está llevando más allá del velo.
- Stephen le pide a la mujer de ojos suaves y mano suave que no le toque. Está tan sólo.
- Bienvenido sea como las flores de mayo. Bajo el ala observó por entre tilitantes pestañas pavoabanicantes el austrante sol. (Se despierta del sueño)
- La vara de fresno se me irá flotando. Esperaré. No, pasarán, pasando, rozando contra los bajíos, arremolinándose, pasando.
- Bajo la marea creciente vio a las algas rizantes alzarse lánguidamente y mecer los brazos indolentes del hombre que se había ahogado, levantándose el refajo.
- Cansada también a la vista de los amantes, hombres lascivos, mujer desnuda resplandeciente en su cortejo, arrastra un agobio de aguas.
- A cinco brazas de fondo yace vuestro padre. A la una, dijo. Encontrado ahogado a la una pormarea alta a las puertas de Dublín.
- No sacan al hombre ahogado del mar.
- Dios se hace Satán, se hace barnacla, se hace montaña, se hace pulmón.
- Para Stephen ahogarse es la muerte más apacible de todas las conocidas por el hombre. El viejo padre océano.
- Todo brillante cae él, rayo orgulloso del intelecto, Lucifer, dico, quines citoccasum. No. Mi sombrero de veneras y el bordón y susmis chancos sandalias.
- Su mano tentó en vano en los bolsillos en busca de un pañuelo. Pero pensó que mejor sería comprar uno, y dejó el moco seco que se había sacado de la nariz sobre el reborde una roca, cuidadosamente. Sin importarle los demás, que mire quien quiera.
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